De todos los males humanos, el peor es la muerte. Ella constituye el dolor más extremo de todos los que el hombre puede padecer, porque nos despoja del más amado de todos los bienes: la vida.
La línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón de todo ser humano. ¿Y quién está dispuesto a destruir un pedazo de su propio corazón? En realidad no hace falta. Dios está dispuesto a transformarlo.